
El mensaje científico es claro: quemar carbón acelera a un ritmo insostenible las emisiones de gases de efecto invernadero. La estrategia de consenso es ir aparcando el carbón como fuente de energía o de lo contrario será imposible combatir la emergencia climática. Y si bien la retórica de los líderes internacionales a veces parece aceptar la recomendación, en la práctica nuevos proyectos mineros se inauguran todavía.
Y el que está en marcha en Botswana, la mina de carbón de Masama, propiedad de la empresa Minergy, pasa por ser la mayor reserva de depósitos de carbón sin explotar del planeta. Un tesoro demasiado goloso para que nadie parezca poder ponerle freno. El primer carbón ha sido ya extraído y vendido a Sudáfrica y Namibia y pronto saldrán todos los meses miles de millones de toneladas.
Un estudio hecho público recientemente auguraba que el carbón extraído de Botswana generará entre 63 y 84 mil millones de toneladas de emisiones de CO2. Esto es ya la cuarta parte del presupuesto global de carbono que el planeta podría permitirse bajo el poco ambicioso plan actual de combate a la crisis climática. El funcionamiento de esta mina a pleno rendimiento, unido a la apuesta por el carbón que todavía mantienen países como Estados Unidos, China e India, parece incompatible con la estrategia para frenar el calentamiento global a 1,5ºC.