Biólogos advierten a las administraciones de los graves efectos de medidas tomadas «con buena fe» pero sin justificación científica.
La descabellada idea de rociar una playa con lejía, iniciativa autorizada en la localidad andaluza de Zahara de los Atunes, en Cádiz, es probablemente uno de los mejores ejemplos de las injustificadas y peligrosas actuaciones que se han realizado en muchos lugares. Se trata de acciones estimuladas por el miedo a la pandemia por coronavirus, pero sin criterio científico que lo justifique y capaces de provocar grandes daños a la salud de las personas y el medio ambiente.
El caso gaditano, que con probabilidad acabará además en sanciones por delito ambiental, es uno de los más graves y mediáticos, pero no el único detectado. El Colegio de Biólogos de Cataluña (CBC) ha advertido sobre este tipo de desinfecciones «descontroladas» realizadas además por personas sin formación adecuada en el uso de los productos y sin ningún criterio técnico. Encuadran en esta lista el rociado de calles y espacios públicos con productos pretendidamente viricidas, «probablemente hipoclorito sódico o amonios cuaternarios, en concentraciones y presentaciones no siempre autorizadas por los usos para los que se han diseñado, por personal sin la acreditación profesional adecuado, sin supervisión técnica y por servicios o empresas no registradas en el Registro Oficial de Establecimientos y Servicios Biocidas (ROESB)».
Alerta por la toxicidad de los productos
Los biólogos recuerdan que esta desinformada clase de actuaciones comenzó de hecho ya en el foco origen de la pandemia, en China, donde a mediados de abril un estudio publicado por la revista Science ya lamentaba la toxicidad de los productos utilizados en las calles de Wuhan y sus efectos sobre los puntos de suministro de agua a la población.
A nivel técnico, explican los biólogos que los desinfectantes clorados son precursores de trihalometanos y ácidos haloacéticos y, en combinación con el nitrógeno como el del amonio cuaternario, también empleado en las desinfecciones, pueden reaccionar formando cloraminas o N-nitrosodimetilamines, «reconocidos productos tóxicos para los organismos acuáticos y, algunos de ellos, carcinógenos«. A pesar de ello, lamentan desde el CBC, algunas administraciones siguieron utilizándolos, aunque la mediática alarma surgida a partir del caso de Cádiz habría frenado estas prácticas.
«Buena fe, pánico y desconocimiento» a partes iguales
«Los efectos sobre la salud y el medio ambiente de esta actuación sin control, animada por varias administraciones con buena fe, pánico y desconocimiento a partes iguales, pueden haber sido, en muchos casos, gravemente negativos».
El Estado español publica y mantiene al día la relación de productos que pueden ser utilizados para las desinfecciones en el ámbito doméstico por el público en general y en el exterior por profesionales, establece quiénes son aquellos que pueden utilizar estos productos tóxicos en espacios públicos y profesionales: siempre personas que hayan recibido la formación establecida acreditada y bajo la supervisión de un responsable técnico con la formación adecuada, como la que tienen los biólogos.
El uso de desinfectantes con efectos viricidas es una potente herramienta para evitar la carga vírica, gracias a su acción desnaturalizadora de los ácidos nucleicos protegidos por, en este caso, una membrana lipídica. Son ácidos nucleicos como los que tenemos en nuestras células, protegidas por la misma membrana lipídica. El efecto tóxico de los desinfectantes sobre los viriones, es lo mismo que sobre los humanos y el resto de seres vivos. Por lo tanto es necesario un uso responsable de estos productos tóxicos, cuya aplicación está regulada por la legislación española y europea.
«No existe ningún producto biocida autorizado para nebulizar sobre las personas»
«En esta situación de miedo generalizado, muchas empresas han impulsado la comercialización de diversos productos pretendidamente viricidas, cuya eficacia no ha sido demostrada para un uso ambiental«, subraya el consultor ambiental Eduardo Martínez Garcia, vocal de la Junta de Govern del CBC,
De hecho, ante los riesgos para la salud y el medio ambiente que supone su utilización, el Ministerio de Sanidad no les ha autorizado como biocidas para su uso ambiental, hasta el punto que ha publicado varias notas respecto al uso de los arcos de desinfección, el ozono o la luz ultravioleta para evitar los riesgos provocados por el SARS-CoV-2.
De forma específica, con respecto a los arcos de desinfección, el Ministerio ha advertido que no existe ningún producto biocida autorizado para nebulizar sobre las personas, y hace referencia especialmente al ozono.
Peligro del uso del ozono como viricida
Más allá de que las propiedades viricidas del ozono sean conocidas, ya que se trata de un producto para esterilizar espacios y material quirúrgico utilizado con mucho éxito, recuerdan los biólogos que «desgraciadamente, la concentración a la que se ha demostrado efectivo es tóxica también por los humanos«.
Varios estudios demuestran como el ozono, en concentraciones superiores a 10 ppm mantenidas varias horas, puede inactivar muchos virus si se mantiene una elevada humedad relativa, aunque todavía no se ha demostrado la eficacia en la inactivación del SARS-CoV-2, tal y como ha reconocido recientemente la Asociación Internacional de Ozono, dedicada al estudio de este gas y sus usos.
El ozono consigue su efecto germicida gracias a su toxicidad, como todos los biocidas. Se trata de un gas que, en el ambiente exterior tiene un valor objetivo aceptable para la salud humana de 120 mg / m³ (0,06 ppm) y en el ambiente de trabajo los valores límite ambientales aceptados (VLA-ED) por el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo es de 0,05 a 0,2 ppm (según el esfuerzo al que se ve sometido el trabajador y el tiempo durante el cual debe permanecer en este ambiente), es decir 50 veces inferior a la necesaria para conseguir una reducción significativa de carga viral.
La luz ultravioleta causa daños irreparables al ADN de la piel
Por último, el CBC cita también la luz ultravioleta (la conocida como UV-C que emiten las lámparas germicidas), que se ha utilizado con éxito como agente para inactivar virus y bacterias. «Pero también son conocidos sus efectos sobre la piel humana, como responsable de provocar daños irreparables al ADN de la piel».
Por tanto, su uso debe quedar limitado a espacios sin presencia humana, o con la piel y los ojos protegidos de la luz. Por otra parte, como es la acción de la radiación luminosa la que es germicida, con la turbidez, del agua o del aire, pierde eficacia. Nada hace pensar que la luz ultravioleta de baja frecuencia no deba ser efectiva para reducir la carga viral presente en el aire o el agua, pero para desinfectar materiales opacos posiblemente no es la mejor solución.